sábado, 12 de diciembre de 2009

A propósito de la poesía de Pizarnik (o La transparencia suicida)



La poesía es sonoridad, dejarse llevar por la música interna de las palabras, que no es sólo la del sonido físico de ellas en el idioma original, sino la del espíritu de quien las escribe: es como engarzar trozos del ser en un lapso de tiempo o trazar su contorno en un espacio de papel. El resultado es algo parecido a una radiografía circunstancial del yo, o del yo circunstancial, que ya es otro yo una vez fijado en el poema.

La poesía es desnudez, y Pizarnik no conseguía vestirse siquiera con la prosa: ni así podía ocultarse. Es un desprendimiento y desamparo tan agudo el que me abruma cuando la leo, que suelo espaciar la experiencia, escanciarla. Además de que al hacerlo, igual que con El oficio de vivir de Pavese, no me puedo olvidar de su muerte. Y pienso los textos que leo como eslabones que le ataron a ella. Como si cada letra suya leída por mis ojos me hiciera cómplice de su suicidio.

II

Además, esa mujer no deja nunca de conversar con quien la lee. Es imposible poner distancia entre uno y sus poemas. Arma con la segunda persona una intimidad que lastima. Porque se ofrece, pero uno sabe que ya es tarde. Y no sólo porque ha muerto, sino porque siempre lo fue. Aún con el poeta en vida, la poesía lírica no deja de ser nunca un soliloquio, una prueba de sonido que estamos destinados a ver (antes que oír) separados por un blíndex grueso y mudo, sin otra posibilidad que la de participar a la distancia, interpretando signos ajenos, lisiados. Doblemente crueles son entonces esos mecanismos discursivos, tan frecuentes en ella, por los cuales uno se siente invitado a entrar en sus poemas, a salir de sí mismo, sin poder hacerlo nunca del todo.

III

La rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos

IV

Siento que la suya es una escritura quebradiza, no diría débil porque hay un grado de fortaleza sobrehumano, monstruoso, en la continua exposición de sí misma que lleva a cabo, sino sonoramente frágil: pienso en ese estruendo de las hojas caídas de los árboles cuando son pisadas por las suelas de los zapatos de los transeúntes. Los huesos de los poemas de Pizarnik crujen. También pienso en la escritura de Silvina Ocampo cuando la leo (y en cosas que adelgazan por propia voluntad).

V


Tú haces de mi vida
esta ceremonia demasiado pura.

VI

pureza que espanta
no sé si su poesía vuelve helada a la materia, pero sí que materializa la helada
o que coagula o cuaja materias heladas: horrores, insanía, soledad
le da vida a lo frío, a lo más feo, a lo más solo y vacío de nosotros mismos
y con dulzura, encima
sin medir jamás las consecuencias

debe ser la más gótica de nuestros poetas, la más Poe-ta de todos

VII


Del combate con las palabras ocúltame
y apaga el furor de mi cuerpo elemental.

VIII

Tarkovsky decía que lo suyo no era ser profeta, sino poeta, decidor de plegarias. Son muchas las veces en que los versos de Pizarnik tienen forma de petición.

¿Qué hace uno con eso, entonces, impotente oidor de rezos que enfatizan nuestra falibilidad? Porque ya no hay -ni hubo nunca, es cierto, debo recordármelo para eludir esa fantasía inmodesta del héroe salvador- posibilidad de responder a eso. Leyéndola se queda uno siempre con la conversación atravesada en la garganta.

IX

Hay veces que dan ganas de violarle los versos.

Ganas de ser Randolph Scott en una de Boetticher, pegarle un par de cachetazos secos como hacían los héroes del western para volver a la realidad a las mujeres que sufrían un ataque de nervios, y sacarla del trance lírico en el que se mete y nos mete con una especie de elocuencia suicida.

El yo lírico de Pizarnik reclama una violencia amorosa que le permita recuperar los bordes físicos del mundo, las texturas, los volúmenes, la materia: su propio cuerpo, al fin y al cabo (acaso el amor no debería ser otra cosa que eso que nos traiga de nuevo al mundo concreto tangible, en lugar de ese viaje fantástico que nos aleja de ello tentados por la especulación. ¿El amor como principio de realidad? También me extraña un poco formularlo, pero sí).

X

tú me desatas los ojos

XI

El destino –la posibilidad de comunicación o comunión- de muchos de sus versos, se juega en el sonido de las ‘des’ y de las ‘eres’. O en una coma de más o de menos.

XII

La poesía de Pizarnik es una trampa de la comunicación. Proclama una cercanía que no clausura la distancia, la acrecienta. Propone un abrazo incorpóreo, como el de los personajes de Kiyoshi Kurosawa que rodean el aire reclamados por un recuerdo o por la presencia inasible de los muertos. Pizarnik es la muerta elocuente que solicita ‘ayuda’ desde el más allá, el poema es su abrazo de Medusa o médium, nosotros los que vamos a ella con los brazos abiertos, afantasmándonos como la humanidad de Kairo.

XIII

Hay dolor extremo, insalubre, en Pizarnik, un dolor que te atraviesa como las agujas de las que habla en Una traición mística, un dolor/silencio que se chupa al lector y lo desangra, lo deja seco como en Lifeforce, de Tobe Hopper, en las que un ente le succiona la energía vital a los hombres y sólo quedan de estos los cuerpos arrugados como pasas de uva o frutos secos. La suya es una especie de poesía vudú, versión poética de Yo caminé con un zombie.

Marcos Vieytes
http://hacerselacritica.blogspot.com/

Decidí crear este blog porque estoy convencida que el conocimiento si no se comparte es inútil. He dedicado más de 15 años al estudio de su vida y obra. Realicé mi tesis doctoral sobre el discurso autobiográfico en AP, la cual resultó un libro de 700 páginas (se puede consultar en la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid). Ahora bien, solo os pido una cosa. Por respeto a mi dedicación y estudio, si tomáis fotos, artículos u otro material, citad la fuente. Muchas gracias.

MADRID 2008

Datos personales

Poeta y doctora en Literatura Latinoamericana por la Universidad Complutense de Madrid. Estudió los archivos de Alejandra Pizarnik depositados en la Universidad de Princeton.